Mirando aquel viejo cañón, oxidado y corroído por el tiempo, me imaginé verlo en acción manejado contra el ataque de invasiones y piratas. Y ejerciendo un protagonismo decisivo para la ciudad en un período de su historia. Hoy en cambio, ya totalmente sin uso y olvidado, se conserva como un elemento decorativo que es testimonio de toda una época.
Observándolo, también sentí una extraña sensación al pensar que en unos años, mi propia imagen podría ser como la de ese deteriorado cañón, inmersa en un estado de ruina y dependencia, muy difícil de asumir si se tiene lucidez. Y que además, complica la situación de las personas y familiares más cercanos y queridos.
Pero por encima de todo, lo que más conseguía resonar en mi cabeza, eran las palabras que comentaba mi madre en sus últimos tiempos: "Siempre le pido a Dios, que me lleve antes de no poder valerme por mi misma, y ser una carga para los demás".
Texto:
Manolo Torres