Analizando al detalle nuestro comportamiento, nos encontramos que ante algunas de las graves problemáticas existentes en el mundo que nos rodea, actuamos como simples espectadores, viéndolo todo como desde lejos, sin que nos impliquemos en nada y sin intentar cambiar el desarrollo de los acontecimientos.
Podemos argumentar y repetir hasta estar convencidos, que la realidad nos sobrepasa y que desborda nuestras posibilidades de hacer algo. Que no hay forma de evitar que las cosas sean distintas. Que es inútil luchar contra lo que es imposible. Que se requiere de un tiempo, de unas condiciones y de un esfuerzo de los que carecemos. O incluso, que no son nuestros problemas y que son otros los que tienen que solucionarlos.
Pero en muchos casos, tras esas actitudes se esconde un egoísmo interior y una falta de valentía personal que impiden involucrarnos incondicionalmente. Nos arrugamos ante los compromisos, especialmente ante los que ponen en riesgo nuestro estatus y nuestra imagen exterior. Refugiándonos en posturas de indiferencia, ignorancia o desinterés, que resultan muy cómodas para nosotros, y que al mismo tiempo, sirven para justificarnos y acallar nuestra conciencia.
Texto: Manolo Torres